miércoles, 18 de noviembre de 2009

PARADA

Volvía después de horas de estudio en la casa de una gran compañera y amiga. Sus padres no habían podido ir a buscarlo porque ya estaban de vuelta en el centro, razón por la cual estaba sentado como un verdadero despojo en uno de los últimos asientos del colectivo. Todo un malcriado, pensaba, haciendo irónicos juegos de palabras rumiadas. No había mucha más gente que él. Algunos iban acompañados y otros hasta charlando una de esas interesantes conversaciones, de esas que a él le hubiera gustado escuchar, para que se le pase más rápida su estadía en ese metal grande con ruedas como a veces lo llamaba, y ahora pensaba que ese era quizás uno de sus versos más logrados.
Ella subió unas cuantas paradas más adelante que él, aunque no supo precisar cuántas, en realidad. Igual, eso había resultado ser un detalle por demás nimio para él. Toda su atención estaba puesta simplemente en el hecho de que ella había subido.
Sin notarlo, claro, no fijaba sus ojos en nada más que ella, o más allá de ella, menos todavía lo procesarían sus alborotadas neuronas, de pronto se encontraba caminando hacia uno de los asientos de adelante, y poco después, luego que el chofer sorteara con fortuna unos pozos que casi lo voltean y el hiciera lo propio con la ansiedad y los nervios que lo ponían en un serio riesgo de tumbo, se encontraba saludándola cortésmente, sentado en el asiento contiguo.
Y así se encontró, a su sorpresa, luego de improvisada y efectiva presentación, charlando con ella de los avatares que siempre traen aparejados los exámenes finales de la facultad. Si no hubiera leído Cortázar, la flor amarilla, creo que así se llamaba, y Veneno, todavía estaría sentado inmanente en su ya citado despojo de asiento.
-Así que pensás que te fue bien- dijo protocolarmente, -es toda una suerte eso. Yo si aprobé, pero lástima que el profesor era uno de esos locos chiflados que no te dejan hablar, prefiriendo escucharse a sí mismos…pero sí, es verdad, que lo que yo decía era notablemente aburrido-.
Ella rió levemente, esbozando una, pensó, característica sonrisa. –En fin, lo importante es aprobar- sentenció ella como compadeciéndose.
-¿Nunca te tocó uno de esos profesores?- le preguntó, esperando que ella no malinterprete sus dichos; él seguro, si hubiera sido su profesor habría sido tentado a la invitación de un roce, pero al parecer existían profesores más decentes y profesionales, y por qué no más boludos. Pero por suerte o mero azar no fue así – el profesor era más decente, por lo menos, y ella no “malinterpretó” sus dichos- y siguieron hablando de enriedos estudiantiles, mientras el chofer seguía cansándose de dar vueltas, meter cambios y hacer asustar a esos taxistas y remiseros: - sus enemigos favoritos- ingeniosamente, pues ingenioso se creía, concluyó él.
De un momento a otro, como todos los vaivenes y giros extraños que se dan en las charlas, ni qué decir de la vida, peores que las mismas maniobras, arriesgadas algunas y heroicas otras, del colectivero, se encontraron hablando, riendo y hasta, a veces, por no decir a menudo, burlándose de los otros pasajeros, buscando inteligir y descifrar entre los codificados y curiosos labios de aquellos una discusión emocionante, o por lo menos sorprendente.-Para mí que esta noche se pelean- infirió ella, mientras él asentía con la cabeza, aunque no tan seguro.
Después charlaron de ese tipo vestido raro, que parecía un bandolero -¿todavía se usa esa palabra?- se destartaló a carcajadas su acompañada, armándole consecuentemente – y sin detenerse demasiado en el anticuado vocabulario de su inesperado acompañante- escabrosas historias de su vida, asaltos frustrados a mano armada y muertes violentas, razones por lo cual pensaban que había elegido quedarse parado a pesar de la inmensidad de asientos que sobraban en el colectivo y lo rodeaban de una manera confusa.-Y sí, será, como que no hay otra…- asintió él, incrédulo con toda seguridad.
Rápidamente, luego de analizar las, fantásticas algunas y aburridas otras, historias del resto de los individuos con quienes compartían el voluminoso móvil, se dieron con que ya estaban llegando al centro, a unas pocas cuadras del fin del recorrido de él. Pero a ella le quedaban muchas cuadras todavía, así que él, sacando cuentas de kilómetros, números de cuadras, ecuaciones de tiempo y posibilidades estadísticas de volver a tener una tan buena charla en tan exquisita compañía, se aventuró a decirle: -por acá es mi parada, pero me da cosa que andés sola a merced de ese asesino, o en su defecto del atroz chofer-. Ella riendo entonces, cómo no hacerlo, le dijo: -¿Te da cosa?-.- Bueno, en realidad es sólo que no quiero bajarme…no hace tan mal tiempo acá arriba y todavía no nos contamos la historia de vida del malhumorado chofer…- alcanzó a decir, sin poder evitar sentir como su cuerpo ponía un poco colorado, en serio, un poco nomás, vaya uno a saber porqué. Nada tenía que ver el estar locamente enamorado de la completa y ahora tan familiar desconocida. En fin, quién se dignaba en conocer a quién por estos días y, porqué no, por todos los días. Más aún, ¡quién se digna a enamorarse en estos tiempos!
-En ese caso te invito a que sigas arriba de mi colectivo, hasta que llegue mi parada- dijo, magnánima y radiante, salvándolo esta vez ella a él del enriedo que acarrean tan devastadoras y patéticas declaraciones…-pero si volvés a decir chofer te juro que me bajo yo y por la ventana- estalló otra vez en una encandilante carcajada.
Fue así que se siguieron contando de sus vidas -pero sobre todo de la vida de ese intrépido y misterioso conductor-, enredados y superpuestos por largos silencios y desternilles de risas. Palabras e historias profundas, vibrantes y rápidas al decir pero que nunca acababan, como el de la familia del colectivo, quiénes serían sus hijos de chapa, pintura y ruedas, de quien sacarían los faros, a qué edad empezarían a andar por las calles rotozas de la ciudad, que trole-bus o colectiva había sido capaz de robar su motor, a su papá y a ellos, -aunque seguro que es la misma, nadie escapa al complejo de Edipo- a pesar de que poco sabía ella de un complejo de Edipo y él no era Oliveira, y menos le hubiera gustado ser Gregorovius, como para explicarle-; después siguieron la discusión sobre si la misma se había marchado o no, y porqué, y ella, en voz alta, pensó – pero entonces no puede ser la misma colectiva la ladrona de los motores, porque ellos no están enamorados de su abuela-. Maldición, pensó él, para sí, ella tenía toda la razón, la suya y la suya. -Y qué pensará de su empresa…- siguiendo la, fantástica hasta lo absurdo, elucubración; luego discutieron sobre el cansancio o no de ser colectivo y si les caerían bien, o muy mal, estos dos particulares viajeros, así se creían, del común de pasajeros que habitaban intermitentemente en su metálico estómago.
A todo esto se subieron y sentaron otras dos señoras adelante suyo, que se traían toda una novela familiar entre manos y lenguas, por demás largas las últimas, que si él hubiera sido Cortázar habría escrito el episodio.
Sin embargo, esto no sirvió para olvidar que ahora también empezaba, o terminaba, no sé bien, a quedar poco para el arribo a la parada de destino, uno muy cruel, uno muy triste, tan aburrido y vacío cuanto más se arrimaba, tan agobiante de enferma y abúlica normalidad y de una mediocridad estéril que parecía esperarlo inamovible en su habitual descenso al, por así decirlo, mundo real.
Él la miró entonces triste, como extrañando el momento en que estuvo destinado a escuchar el desenlace apasionado de Juan y María, - nombres comunes si los hay- dijo alguno de los dos, relatado por las rubias teñidas, de vestidos de fuertes colores y casi ancianas señoras, ésas de cabellos abultados hacia arriba, formando simpáticos cortes y pliegues capilares –eufemismos comunes si los hay- dijo el otro, bien propios de viejas chusmas con fuertes perfumes de antaño cadavéricos, como correspondiendo al estereotipo.
Ella, por su parte, luego de rebatir con un sarcasmo sutil el –no te preocupes, ya te va a tocar a vos también- con que él la jodía, aunque ya no con una risa ni tan fuerte ni tan estruendosa y sí tan que sonaba a un “¡chau, te me estás yendo che!”, como que ya no quería mirarlo mucho, sobre todo para no enfrentar la soledad que empezaba a habitar en las miradas de su compañero de coche, quedándose más callada a cada metro y con su nueva y distante mirada, que también se contagiaba de ese frío que no era de invierno.
El chofer, su chofer, ese entrañable conductor, ese mágico señor hacedor de caminos de maravilla, pisó insensiblemente los frenos, obligando a detenerse sin miramientos al coloso de fierros de familia abultada. La parada había llegado, como un terremoto que llega y barre todo y destruye sueños y cuentos y vidas con una impiedad e inclemencia que a Nerón le quedarían grandes. Había que parar, para de todo, sabiendo irónicamente que hay cosas que no pueden detenerse. Hay paradas que pueden ser muy injustas.
Tuvieron que detener sus miradas un segundo y mirarse, tuvieron que parar de huir de sus realidades y fantasías y mirarse y enfrentar el adiós, por injusto que sea; en ese segundo, que alcanzó para mirarse, para verse y decirse y soñarse y amarse, en ese segundo, pararon de todo.

Unos metros más adelante las señoras de finos peinados, así se creían ellas, empezaron a hablar de esos locos, no de María y Juan, de ellos ya se habían cansado hace rato, sino de aquellos que no habían hecho más que molestar y reírse, -por no decir joder- dijo la otra, llegando a la sospecha de que hasta por momentos las habían estado escuchando.
–Vos sabés que yo estoy segura que sí. La juventud está decadente y ahora nos venimos a enterar que encima chusmas- y cerró su compañera la conversación con un leve y tosco bramido que intentaba ser un entendido sobre el tema ajhá, como reafirmando los dichos de la otra vieja, mientras los veían ahora volverse a encoger de estómagos y esconderse en gigantes carcajadas, subidos juntos en lo normal de un colectivo, perdidos en una multitud que los cobijaba, como justificando lo injustificable de sus vidas en una también –o tan bien- injustificable existencia, a esos dos extraños pasajeros de colectivo.

-Y habrán seguido vagando y viajando eternamente en ese ómnibus, armando historias sin sentido de esas cotidianas y aburridas gentes, de todos aquellos seres sin nombre, de esos paisajes humanos y decorativos personajes, sin darse cuenta que en realidad estuvieron hablando todo el tiempo de ellos mismos- pensó el último viajero que los acompañaba, que sí era un chusma y al parecer había escuchado y visto todo con extrema atención, y que ahora bajaba como regalándoles cual generoso padrino en noche de bodas el mentado colectivo, ese coche nupcial, ese espacio y ese momento para su amoroso idilio, mientras caminaba asiendo un cigarrillo hacia su casa de tres pisos que odiaba tanto porque lo confinaba a vivir sentado leyendo un libro, o viendo una película alquilada, razón por la cual odiaba sentarse en cualquier otro lugar, sea o no ese lugar un colectivo. Cómo sentarse y detenerse, cómo, si en verdad uno puede estar parado toda la vida; cómo si para parar, se tiene toda la vida.

-Debió ser por eso que prefería no sentarse en los asientos- pensó así finalmente y se levantó despabilándose de ese despojo que eran él y su asiento, intentando agarrarse y no caerse, y de seguro perderse -aunque qué lindo sería perderse- hasta tocarle el timbre a un serio conductor de colectivo, del cual nada sabría sobre su vida, para poder bajar a su parada que, de manera firme y monumental, incólume y terrible, como siempre, lo esperaba, para seguir tranquilamente su camino, prendiendo uno de esos tan ansiados cigarrillos.
Y así parar de pensar un poco, para pensar otras cosas.

lunes, 2 de noviembre de 2009

OTRA FRASE

"eso es tan ridículo como tatuarse
un poema de Borges en la espalda".

BORGES, EL SUPERFICIAL

La profundidad del espejo (de Borges)
Puede ser tal, o puede ser también otra:
La mera superficie,
Que esta noche, a diferencia de otras noches,
No engaña ni ilusiona.
La mera superficie
Esconde también algunas noches.
Y en otras, como ésta, muestra algo,
Que se encuentra
En la superficial profundidad del espejo
Y esconde otro tanto
En la profundidad de su superficie asoladora.

“A veces en la tarde una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo:
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara”.
(El arte poética, de J.L. Borges)

ODA A LA IRONÍA DEL TIEMPO

Porque los segundos se vuelven
Minutos enteros
Porque los minutos se tornan
Horas completas
Porque las horas trasmutan
En la totalidad de un día
Porque los días se han transformado
En segundos pequeños
Desde que,
En cada uno de ellos,
Has cometido el crimen,
Impío y siniestro,
En las profundas arcas
Donde atesoro mis pensamientos,
De robar
A guante blanco y mano armada,
Y cuerpo,
Y alma,
La circunferente redondez
De mi tiempo y sus derroteros.
Porque, ladrona,
Desde que,
En la soledad de los fríos barrotes
De tu cárcel de hielo
A hurtadillas
Has hurtado con ternura
La soberanía a mi país
Donde antes
Libre
Habitaban
Mis ahora caducos
Romances pretéritos.

MENSAJES DE TEXTO NADA CURSIS

"No existe todavía el día en que no haya pensado en vos, por decadente que haya sido el pensamiento".

"Estos labios necesitan un abrazo".

TARAREAR

"Todo sigue igual de bien" (Piti).

lunes, 28 de septiembre de 2009

LA NADA

Que nuestros labios trasmutaran a beso.
Que robar no sería un delito.
Que mentir no existiría
Que soñar no soñaría.
Que el engaño no traicionaría.
Que del poema naciera tu cuerpo.
Que de otro el mío.
Que de un tercero el nuestro.
Que vivir no costaría.
Que de sufrir no gozaría.
Que de vos sí…
Si la nada de verdad no importase.

domingo, 20 de septiembre de 2009

UN PARECER / O FANTÁSTICA ELUCUBRACIÓN

¿Qué si me gustaría ser un Borges, un Catulo, un Neruda, un Cortázar?
Obvio que me gustaría serlo. A quién no. De hecho, los soy.
En algún punto, remoto, quizás sea un poco de alguno de ellos; es más, sería una muy interesante curiosidad la sugerente encarnación, o pre-encarnación, como se guste o prefiera pensar.
Pero quizás, en otro punto igual de remoto, al no ser ninguno de ellos, puedo ser ese poco, que no es efímero, de todos. Ese es el tema: quizás si tengo algo de alguno de ellos, quizás si soy alguno de ellos, quizás si soy todos, o quizás casi.
Sin embargo, si fuera alguno de ellos, si en mi reinaran como esencia la propiedad tanto física como metafísica de sus personas, dudo que estuviera tan bueno, en verdad –o en mentira-, o bien, de hecho, dado que si fuera alguno de ellos no podría soñar con ese que soy, pues ya sería, y de esa forma tan simple que ilumina, u oscurece, qué más da, no podría ser todos.
Si fuera Cortázar, en realidad no creo que anhelara ser Borges, porque Neruda no soñaría con ser Neruda, y a Catulo dudo que le interese otra cosa que no sea Lesbia y su amor de esquina.

POEMA AL FIN

El abrazo ruin
La boca infiel
El juramento marchito
La tentación del orgullo
La confianza perdida
La inocencia desnuda
El deseo culpable
De querer conocerte
Inocente y desnuda
Y regalarte
Un poema afín.

POEMA-CORTO

Enterrando musas
Desterrando un corazón
Aterrando una hoja
Va el poeta decidido
Con pala y pluma
A-cavar su inspiración.

domingo, 13 de septiembre de 2009

SI YO FUERA DIOS (o acerca de la creatividad divina)


-----------------------------------------“Pues todo un dios se recrea
----------------------------------------En tan graciosa belleza”
---------------------------------------(Oración religiosa).

Que si yo fuera dios, habría hecho mejor las cosas.
Entiendo la difícil responsabilidad de armar este rompecabezas galáctico, pero siendo todopoderoso, creo que no me habría limitado en algunas básicas cuestiones.
Que si yo fuera dios entonces, así habría dispuesto: que el Verbo no hubiera sido Verbo, sino la Oración entera.
Adán podría haber comido manzanas y la serpiente no hubiera sido una quimera.
Con el diablo habríamos pactado, y entre el cielo y el infierno habría un portal sin puerta.
La semana seguiría siendo semana, con siete días, eso no me molesta. Pero de seguro habría abolido el tiempo, así sábados, domingos y feriados podrían ser eternos. De la misma manera, nadie llegaría tarde al trabajo y las siestas serían verdaderamente duraderas.
No existiría la burocracia en mi universo, ni el tráfico (quizás algún mero embotellamiento, en el caso que a alguien pueda llegar a resultarle aquello agradable), y sí alguna suerte de ticket para pasar gratis a cualquier pueblo, rincón, pub o estado.
Y desde luego más alas.
Que si él nos hizo a imagen y semejanza, tiene un costado medio fiero. Conmigo, en cambio, si tuviera que gestionar esta empresa del universo, no existirían ni la maldad ni los feos, de panzas y juanetes estaríamos todos exentos. La enfermedad, la vejez y la muerte de entrada y súbito ataque de tos habrían muerto.
En mi ejemplar reino la pobreza sólo sería un mal sueño, pero, a su vez, el mismo sueño sólo sabría de realización de deseos. Abundarían asimismo las lámparas de pícaros genios.
Como dios tonante y reinante, habría vetado el perdón y el pecado, nadie hubiera llegado a pensar o imaginarse tan terribles y fatídicos sucesos. Por su parte, la culpa estaría severamente penada por ley.
Si el numen, a cada día que hizo algo vio que eso era bueno, habrá sido muy conformista y austero. Yo quizás hubiera sido más riguroso y menos discreto.
Pero, sin embargo, y pese a todos los desastres e inconformismos propiamente naturales que han nacido de mi humanidad, a Dios, o dios, si lo hay, o los hay, glorifico y canto, porque la verdad es que no sé si me habría salido, no sé si en mi potestad hubiera estado la posibilidad de concebir la idea de crearte a vos, mujer inmaculadamente bella.

REVERSOS Y ANVERSOS

Tu espalda
puede encarnar
la ternura celestial
del más bello de los romances
que pueda inscribir tinta alguna
en dorsal poema.

Si estás de vuelta
sólo se inicia una entrada,
sólo se avizora un retorno
a la magia de los sueños
de mis manos que te abrazan.

El contorno de tus hombros
que descienden por cervical ladera,
esculpida con magnífica destreza,
todavía atesoran un secreto:

Tu prospecto,
mujer,
desaparece
cuando el diáfano espectro,
cuando la sombra de tu revés augura
que te estás volviendo
y te ciernes de frente
ante al brillo obnubilado de mis ojos
de vos
flagrantes y ardientes.

Nada puede hacer
el misterio crepuscular
de tu dorso
contra la belleza abismal
del amanecer radiante
de tu alma
de frente.

LA VERDAD DE LA ESTÚPIDA INOCENCIA

"Que feo morirse vivo"

CUESTIÓN

¿Cuál es la diferencia entre el sueño y a muerte?¿Porque
tememos tanto a uno y amamos tanto al otro?¿será porque en alguno, no sabría
todavía cuál, sabemos que vamos a despertar?

DES-TINO

Con soberano tino
Trazó el poeta
Trágico su sino.

Porqué pecar
Como evitar
El hurto diabólico
De la fruta prohibida
Si la hermosa dama
A gritos silenciosos
Sin clemencia
Se lo reclamaba.

Nadie sabía nada
Pero era de común acuerdo
Tan fácil adivinar
Lo que todos pensaban.

El uno el tino
La una el trazo
El otro, trágico su sino.

¿Cuál de ellos,
Soberano, vencerá
En esta contienda?

DIMENSIÓN PARALELA

¿Qué harías si el tiempo y el espacio fueran sólo esto?
Me refiero a sólo el auto, vos y yo. Si sólo estuviéramos nosotros, si esto fuera alguna especie de dimensión paralela, donde no existan, hayan quedado abolidos el tiempo y el espacio, donde sólo este momento, que podría ser efímero o eterno, y nosotros en él, los únicos con la suerte de un instante en este paréntesis que nos brindó la fortuna y el mundo.
En ese paréntesis, en ese intersticio vacío de regla ortográfica –y de todo tipo de regla- donde no existe nada más que vos, yo y mi auto, aparece entonces la posibilidad, no sólo mágica sino también real –que es lo mágico del asunto-, de que uno, o dos, puedan hacer lo que uno, o dos, quieran hacer con eso.
¿Y no tenemos nosotros el poder de crear esta dimensión extraña? ¿Cuál es la palabra, o el conjuro, o el dios capaz de inventarlo? Para mí que la respuesta, la palabra, el númen, responden a esta soledad soberana que nos cobija y la posibilidad misma de engañar al destino y a lo común de lo terrenal y de toda lógica humana imperante. Alguno lo habrán llamado mentira, a mi me gustaría que lo bauticemos como un recreo, o simplemente un descuido. Hasta podemos imaginar, con la fuerza de una génesis, otros dos nosotros, que se encontraron, una saliendo del baño y el otro por entrar tarde a clases, y en vez de eso, la entrada a clases, se fueron a tomar un café o una coca a la confitería y a charlar de la facultad, de los exámenes, de lo aburrido que resulta siempre en salud pública un martes que promedia las 2.30 de la tarde.
Y todo eso mientras nosotros, los verdaderos nosotros, o los ficticios, en un punto no importa –en otro sí, pero ea que nos queda la dimensión paralela-, se escaparon de la cotidianeidad y sus lógicas, huyeron del sentido común y detestaron la abulia de lo rutinario, de lo terriblemente real, de la simplicidad de lo simple, de los parámetros seguros en donde reina la locura de lo normal con sus razones legionarias.
¿No estaría bueno que entre tanto nuestros otros nosotros toman esa coca y fuman ese cigarrillo, nuestros otros otros nosotros nos perdemos en lo absurdo de una travesía a donde no hay nada, y la nada abunda con su paisaje, donde ningún nosotros y menos ningún nadie nos pudiera encontrar, a pesar de que sólo hay unos kilómetros entre unos y otros?
¿Y qué harías entonces en ese momento, en ese intersticio deliberada y artificialmente creado, en ese instante y en ese pequeño espacio que nos brinda nuestro abandono solitario a la comodidad de mi auto?
Yo seguro leería este poema, te contaría otras irracionales teorías y finalmente trataría de besarte, si has podido entender que este espacio sólo es y sólo importa a nosotros, que hemos robado un intervalo y una pausa a la mortalidad de las agujas que en apariencia nunca cesan de correr, con ligereza de gacela, hacia la misma nada que acabamos de reconocer. ¿Y no estarían buenos esa pausa y ese beso? ¿No sería el acto más ético a consumar?
Sería el mejor hurto, aparte, porque el tiempo no lo hemos robado, de eso se encargan, a él lo ocupan nuestros cómplices nosotros, que existen por la gracia de que nadie los vio o a nadie interesan, quizás sólo a las preguntas venideras que con algún chamuyo, que ni siquiera tendría que ser el mejor –como este-, responderíamos con magistral elocuencia. Además, nada dejaría de ser verdad, porque una parte tuya y una parte mía estuvieron de verdad en sus fantasías bebiendo café dulce y esas medialunas, mientras otra parte mía se encargaba de despejar de tu frente tus cabellos y otra parte tuya conjuraba contra la indiferencia de tus labios, ahora sendos traidores, y luego nuestros besos degustaban los cuellos, mientras otros de nosotros gozaban con la mentira de dos cuerpos fundidos, en un auto de testigo.
Y sólo así, sólo así, mi amor, mi amor de paréntesis, vivíamos, por una fugaz porción de un tiempo que nunca supo del mismo, más que el resto de la suma los granos de arena del reloj y nuestras vidas.
Suena tonto, para lelos, lo sé, amiga, -le decía él mientras arrancaba el auto y se disponían a volver para llegar a tiempo a clases esta vez-, justamente para aquellos que no saben que la importancia del universo no radica ni en su paralelismo, ni en su perpendicularidad.

REQUIEM DE UNA FUTURA NOVELA O UNA NOVELA FUTURÍSTICA

Otra vez otro poema sin gracia y sin brillo, así de sencillo. Otra vez otro poema lindo, simpático, otro poema que sólo amerita un triste “qué bueno está” o un menguado y austero “buenísimo”, pero sobre todo aburrido de tanta normalidad. Nunca un salto, un suspiro, un grito, un quedarse absorto y sin palabras. -Y otra vez yo confundiendo ya un poema simple, con la simplísima boludez a la que tan bien se puede tender en mi cabeza. Me tengo que grabar que uno no escribe por el éxito. Y bueno… quizás alguno llegue a tener éxito; como decía un tal no sé quién: “de lo sublime a lo ridículo”… y conmutamos-. Así pasaban sus minutos, mortificado pero por lo menos, o en su gran parte, entretenido entre finas –finísimas- “hilaciones” de pensamiento. Y lo más gracioso es que todavía quería escribir una novela.
Era otro frío día de Mayo en invierno, que parecía congelar en un freezer de los buenos sus momentos de inspiración, como a él le encantaba llamarlos.
-Inspiración, imaginación, musas, siempre dando vueltas por lo mismo vos- se decía antes de agarrar su mochila para partir nomás a la facultad, intentando la imposible empresa de no pensar – o al menos no pensar boludeces. Si por lo menos pensara cosas interesantes, o útiles, o diferentes, o aunque sea una de esas cosas que a uno le hacen ganar unos mangos… ¿los demás escritores habrán estado exentos de monetaria ambición? ¿Y qué carajo pensarían? Ya sé por lo menos que Rubén Darío sí gozaba de económica lujuria…- justo en ese punto se interrumpía su brillante entelequia, al llegar su colectivo a buscarlo de su habitual parada.
-Parada…-río con muda fascinación luego de encajar casi a la fuerza las totalidad de monedas que equivalían por esos tiempos a un pasaje de colectivo-que curiosa palabra…hasta podría ser un buen título…y con lo grande que es un colectivo y con lo fácil que se para, así nomás, al simple son, la efímera cantata, el ahora pausado ritmo, el interminable ritual. En fin, cada uno con sus rituales…oh, qué gran día para la inspiración,- respiró alegre.
-¡Parada! Ya nadie, por lo menos en esa parada, tenía la necesidad de decir, menos gritar con animoso fervor, la dulce palabra; apenas, y ni siquiera, cuando uno se baja a destino por la parte de adelante del inmenso móvil. Encima con el timbrecito que hace “tring” es todavía más fácil.-
-Pero buenas, ¿cómo va? - Lo distrajo una compañera a la que no le quedó otra que saludar por falta de destrezas evasivas. Hoy tampoco tenía nada demasiado interesante para estudiar, ni contar. Hablaron del fin de semana, las salidas, que qué tal estuvo, que qué tal te fue, un condescendiente “ah, que bien”, etc. -¡Parada!-pensó- por fin llega, diríase que nos salvó la campana antes que nos asesináramos de aburrimiento-, haciendo levemente una mueca de extraña satisfacción que incomodó a su acostumbrada compañera. - A renacer de nuevo como hombre que baja del colectivo para devenir luego en hombre que bajó del mismo ruidoso aparato y se dirige casi automáticamente a tener paciencia en clases para no tirar todo a la mierda, pensaría Siddartha-.
-¿Hoy estaría ella, hoy la vería? ¿Sería un nuevo día en el cual volver a repetir, o alimentar, su absurda ilusión, con la ilusión de seguir escribiendo absurdos?- A veces pensaba y hasta quería que no, pero la realidad, cruda, ruin, fatal, siniestra, es que todavía la necesitaba. Todavía no había escrito su novela.

EN LIBERTAD, TE ESCRIBO

Te destierro
A los confines últimos
De la finitud de la hoja.
Te recluyo al último rincón.
Exiliada estás, separada, inmóvil, forcluida
De la caótica informidad
Sólo para entrar a un orden tortuoso
En el que deliberadamente te he asignado yo.
Habrás de finiquitar tu feliz destino de errante vaga
Para conformar
El engaño de un sentido,
La locura de un cuaderno,
El delirio de un renglón.
Sufrirás un terrible y asolador abandono
Cuando la impiedad de mi mano dé vuelta la hoja.
Vivirás mucho tiempo, y el mismo decidirá
Consultando a la suerte
Si tendrás
El orgullo cautivador de la inmortalidad.
Desde hoy no podremos separar entre túyyo,
Entre ustedesynosotros
-y finalmente nosotros-,
El despertar en la aurora de un mismo devenir
Y su sinuoso delta.
Has firmado una condena bajo la inflexión de mi birome
Y la coerción absurda de mis dedos.
Naciste nuevamente,
Tristemente encarnada bajo el halo de mi pluma.
Pagarás una reclusión sin fianza por ello
Y sin culpa
Mientras yo siga encadenado, poema querido,
A un cuaderno nuevo, a un papel en blanco,
A mi cálida cárcel de empedernido escritor.