¿Qué harías si el tiempo y el espacio fueran sólo esto?
Me refiero a sólo el auto, vos y yo. Si sólo estuviéramos nosotros, si esto fuera alguna especie de dimensión paralela, donde no existan, hayan quedado abolidos el tiempo y el espacio, donde sólo este momento, que podría ser efímero o eterno, y nosotros en él, los únicos con la suerte de un instante en este paréntesis que nos brindó la fortuna y el mundo.
En ese paréntesis, en ese intersticio vacío de regla ortográfica –y de todo tipo de regla- donde no existe nada más que vos, yo y mi auto, aparece entonces la posibilidad, no sólo mágica sino también real –que es lo mágico del asunto-, de que uno, o dos, puedan hacer lo que uno, o dos, quieran hacer con eso.
¿Y no tenemos nosotros el poder de crear esta dimensión extraña? ¿Cuál es la palabra, o el conjuro, o el dios capaz de inventarlo? Para mí que la respuesta, la palabra, el númen, responden a esta soledad soberana que nos cobija y la posibilidad misma de engañar al destino y a lo común de lo terrenal y de toda lógica humana imperante. Alguno lo habrán llamado mentira, a mi me gustaría que lo bauticemos como un recreo, o simplemente un descuido. Hasta podemos imaginar, con la fuerza de una génesis, otros dos nosotros, que se encontraron, una saliendo del baño y el otro por entrar tarde a clases, y en vez de eso, la entrada a clases, se fueron a tomar un café o una coca a la confitería y a charlar de la facultad, de los exámenes, de lo aburrido que resulta siempre en salud pública un martes que promedia las 2.30 de la tarde.
Y todo eso mientras nosotros, los verdaderos nosotros, o los ficticios, en un punto no importa –en otro sí, pero ea que nos queda la dimensión paralela-, se escaparon de la cotidianeidad y sus lógicas, huyeron del sentido común y detestaron la abulia de lo rutinario, de lo terriblemente real, de la simplicidad de lo simple, de los parámetros seguros en donde reina la locura de lo normal con sus razones legionarias.
¿No estaría bueno que entre tanto nuestros otros nosotros toman esa coca y fuman ese cigarrillo, nuestros otros otros nosotros nos perdemos en lo absurdo de una travesía a donde no hay nada, y la nada abunda con su paisaje, donde ningún nosotros y menos ningún nadie nos pudiera encontrar, a pesar de que sólo hay unos kilómetros entre unos y otros?
¿Y qué harías entonces en ese momento, en ese intersticio deliberada y artificialmente creado, en ese instante y en ese pequeño espacio que nos brinda nuestro abandono solitario a la comodidad de mi auto?
Yo seguro leería este poema, te contaría otras irracionales teorías y finalmente trataría de besarte, si has podido entender que este espacio sólo es y sólo importa a nosotros, que hemos robado un intervalo y una pausa a la mortalidad de las agujas que en apariencia nunca cesan de correr, con ligereza de gacela, hacia la misma nada que acabamos de reconocer. ¿Y no estarían buenos esa pausa y ese beso? ¿No sería el acto más ético a consumar?
Sería el mejor hurto, aparte, porque el tiempo no lo hemos robado, de eso se encargan, a él lo ocupan nuestros cómplices nosotros, que existen por la gracia de que nadie los vio o a nadie interesan, quizás sólo a las preguntas venideras que con algún chamuyo, que ni siquiera tendría que ser el mejor –como este-, responderíamos con magistral elocuencia. Además, nada dejaría de ser verdad, porque una parte tuya y una parte mía estuvieron de verdad en sus fantasías bebiendo café dulce y esas medialunas, mientras otra parte mía se encargaba de despejar de tu frente tus cabellos y otra parte tuya conjuraba contra la indiferencia de tus labios, ahora sendos traidores, y luego nuestros besos degustaban los cuellos, mientras otros de nosotros gozaban con la mentira de dos cuerpos fundidos, en un auto de testigo.
Y sólo así, sólo así, mi amor, mi amor de paréntesis, vivíamos, por una fugaz porción de un tiempo que nunca supo del mismo, más que el resto de la suma los granos de arena del reloj y nuestras vidas.
Suena tonto, para lelos, lo sé, amiga, -le decía él mientras arrancaba el auto y se disponían a volver para llegar a tiempo a clases esta vez-, justamente para aquellos que no saben que la importancia del universo no radica ni en su paralelismo, ni en su perpendicularidad.
Me refiero a sólo el auto, vos y yo. Si sólo estuviéramos nosotros, si esto fuera alguna especie de dimensión paralela, donde no existan, hayan quedado abolidos el tiempo y el espacio, donde sólo este momento, que podría ser efímero o eterno, y nosotros en él, los únicos con la suerte de un instante en este paréntesis que nos brindó la fortuna y el mundo.
En ese paréntesis, en ese intersticio vacío de regla ortográfica –y de todo tipo de regla- donde no existe nada más que vos, yo y mi auto, aparece entonces la posibilidad, no sólo mágica sino también real –que es lo mágico del asunto-, de que uno, o dos, puedan hacer lo que uno, o dos, quieran hacer con eso.
¿Y no tenemos nosotros el poder de crear esta dimensión extraña? ¿Cuál es la palabra, o el conjuro, o el dios capaz de inventarlo? Para mí que la respuesta, la palabra, el númen, responden a esta soledad soberana que nos cobija y la posibilidad misma de engañar al destino y a lo común de lo terrenal y de toda lógica humana imperante. Alguno lo habrán llamado mentira, a mi me gustaría que lo bauticemos como un recreo, o simplemente un descuido. Hasta podemos imaginar, con la fuerza de una génesis, otros dos nosotros, que se encontraron, una saliendo del baño y el otro por entrar tarde a clases, y en vez de eso, la entrada a clases, se fueron a tomar un café o una coca a la confitería y a charlar de la facultad, de los exámenes, de lo aburrido que resulta siempre en salud pública un martes que promedia las 2.30 de la tarde.
Y todo eso mientras nosotros, los verdaderos nosotros, o los ficticios, en un punto no importa –en otro sí, pero ea que nos queda la dimensión paralela-, se escaparon de la cotidianeidad y sus lógicas, huyeron del sentido común y detestaron la abulia de lo rutinario, de lo terriblemente real, de la simplicidad de lo simple, de los parámetros seguros en donde reina la locura de lo normal con sus razones legionarias.
¿No estaría bueno que entre tanto nuestros otros nosotros toman esa coca y fuman ese cigarrillo, nuestros otros otros nosotros nos perdemos en lo absurdo de una travesía a donde no hay nada, y la nada abunda con su paisaje, donde ningún nosotros y menos ningún nadie nos pudiera encontrar, a pesar de que sólo hay unos kilómetros entre unos y otros?
¿Y qué harías entonces en ese momento, en ese intersticio deliberada y artificialmente creado, en ese instante y en ese pequeño espacio que nos brinda nuestro abandono solitario a la comodidad de mi auto?
Yo seguro leería este poema, te contaría otras irracionales teorías y finalmente trataría de besarte, si has podido entender que este espacio sólo es y sólo importa a nosotros, que hemos robado un intervalo y una pausa a la mortalidad de las agujas que en apariencia nunca cesan de correr, con ligereza de gacela, hacia la misma nada que acabamos de reconocer. ¿Y no estarían buenos esa pausa y ese beso? ¿No sería el acto más ético a consumar?
Sería el mejor hurto, aparte, porque el tiempo no lo hemos robado, de eso se encargan, a él lo ocupan nuestros cómplices nosotros, que existen por la gracia de que nadie los vio o a nadie interesan, quizás sólo a las preguntas venideras que con algún chamuyo, que ni siquiera tendría que ser el mejor –como este-, responderíamos con magistral elocuencia. Además, nada dejaría de ser verdad, porque una parte tuya y una parte mía estuvieron de verdad en sus fantasías bebiendo café dulce y esas medialunas, mientras otra parte mía se encargaba de despejar de tu frente tus cabellos y otra parte tuya conjuraba contra la indiferencia de tus labios, ahora sendos traidores, y luego nuestros besos degustaban los cuellos, mientras otros de nosotros gozaban con la mentira de dos cuerpos fundidos, en un auto de testigo.
Y sólo así, sólo así, mi amor, mi amor de paréntesis, vivíamos, por una fugaz porción de un tiempo que nunca supo del mismo, más que el resto de la suma los granos de arena del reloj y nuestras vidas.
Suena tonto, para lelos, lo sé, amiga, -le decía él mientras arrancaba el auto y se disponían a volver para llegar a tiempo a clases esta vez-, justamente para aquellos que no saben que la importancia del universo no radica ni en su paralelismo, ni en su perpendicularidad.
1 comentario:
imaginar dimensiones paralelas, unos otros, unos otros ustedes, unos otros ellos... al fin y al cabo nunca resulta difícil, no es posible escapar a estas dimensiones que transcurren en momentos a-temporales, en lugares no situados, no es posible -ni quiero- escapar de esas miradas que ajenas a aquella dimensión que algunos llaman realidad, se pierden en otros lugares, en otros ojos, en otras eternidades...
supongo que estos dos amantes, como todos los amantes, tienen ese misterioso brebaje impregnados en sus bocas que los llevan a otras dimensiones, que los dividen entre lo que son y no...
Eurídice -para no perder la costumbre-
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