Bailás mal. Esa es la razón fundante por la que me gustás tanto. O, bueno, no bailás mal pero sí gracioso.
Para ser totalmente sincero, algo que no se ve por estos días – y no sé si por estas páginas – muy seguido, no bailás bien.
Tu deslizar de costado a costado, con brazos extendidos y abiertos, dirigidos por tus manos, acorde, algo desafinado, al movimiento zigzagueante y pendular de tu cuerpo, ha logrado que me vea perdidamente loco de amor por vos y tu silueta de magnífica dama.
Nada tiene que ver el matiz angelical de tus ojos ni la intensidad profunda y marina de tu mirada, nada la nariz perfecta en tu perfil dibujado en el aire con el más capaz y dúctil de los que hacen llamarse pinceles, cuando no palabras.
Menos el arqueo provocador y místico de tu sonrisa preciosa enmarcada en el exquisito rojo fresa de tus silvestres labios. Sólo influye a mi fría y recia susceptibilidad la grandeza boreal de tus risas dulces, cuando acompañan y burlan el suave movimiento de izquierda a derecha-derecha izquierda de tu principesco y fémino esqueleto en trance por alguna risueña melodía bolichesca.
Tu cuerpo entero, tu cuerpo eterno, tus miembros encerrando el capcioso enigma de la beatitud y belleza humanas, no tienen vínculo, relación alguna con mi obnubilación de sujeto atónito y deslumbrado ante los mágicos pliegues de tu natural danza, que en cualquier otra quedarían tan infames, soberanamente desubicadas.
Menos aún el destello de tus infinitas curvas majestuosamente ornamentales ante el diáfano espectro de sol vespertino y el oscurecer de la plateada luna y sus estelas hermanas. Nada influyen a mi parecer tus manos de terrible doncella, tus dedos, largas uñas, nada tus finos brazos de altísima alcurnia, en los que tan bien me quedaría yo abrazado y por horas bailando.
Para que hablar de tu voz de miel, néctar irresistible en cualquier celestial y olímpico banquete, que deleitaría a cualquier cantor o poeta, que envidiaría cualquier otro tibio bardo o enclenque y seguro beodo rapsoda, pues siempre de vos embriagado.
Son sólo tus endemoniados y extravagantes pasos, destrozando cualquier pista decente de baile, y nada la excelente gracia de tu modesto andar, que gobierna el negro galopante y genial de tus cabellos consonantes.
Así, mujer afrodisíacamente hermosa, no te agrandes: apenas me conmueve desde la más nimia y angosta hebra de mi fecundo pelo hasta el hueco vacío de mi estómago con hambre, apenas me pasmo en fantástico delirium tremens desde la profundidad de mi sien hasta el lugar más lejano de mi ser, desde la altura de mis ojos hasta el dedo gordo del pie de mi alma, por la gloria de tu baile, y nunca por tu orgullosa ternura y magnanimidad de maravillosa reina de mi natural condición humana, que esta noche baila, en honor y homenaje a tu encanto de bonita bailarina, con las entrañables palabras.
lunes, 1 de febrero de 2010
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